El 9 de julio es una fecha de inflexión para las mujeres lesbianas y el activismo lesbofeminista de Chile. Es en este día en el que se conmemora la visibilidad de su orientación sexual, sus afectos y el orgullo de su identidad disidente, pero también los obstáculos y la violencia interseccional a las que se ven enfrentadas todos los días.

8 Julio 2021

De hecho, aunque la visibilidad de las mujeres lesbianas es una cuestión que se celebra a nivel mundial, la fecha elegida desde 2015 en nuestro país es diferente al 26 de abril, marcada en el calendario por el resto del mundo. Esto obedece a una poderosa razón: el 9 de julio de 1984, en pleno centro de Santiago, fue hallado el cuerpo de Mónica Briones, una mujer abiertamente lesbiana quien había sido golpeada hasta la muerte. Se trató del primer caso con motivación lesbofóbica registrado en nuestro país, pero que, sin embargo, pasó de forma inadvertida hasta hace pocos años, cuando el propio movimiento lésbico comenzói a subrayar su importancia.

Erika Montecinos, periodista y referente del activismo lesbofeminista chileno, ha sido una de las principales promotoras de la instalación de este momento anual de conmemoración y reflexión. Desde su trabajo en la Agrupación Lésbica Rompiendo el Silencio, ha luchado de forma incansable para posicionar las demandas de las mujeres lesbianas y amplificar la voz de las asesinadas por el lesbo-odio en un país que ha avanzado, pero que sigue manteniendo una serie de barreras que siempre tienen un denominador común: la invisibilización. En esta entrevista, Erika habla sobre la historia y la importancia de la visibilidad, el impacto de la violencia de género y el futuro prometedor que contiene la discusión constitucional.

¿Cómo se decide conmemorar la visibilidad lésbica el 9 de julio en Chile?

Todo esto partió en el 2015, en el izamiento de la bandera LGBTIQ+ en la Municipalidad de Santiago. Ahí estábamos presentes muchas organizaciones y activistas, entre quienes también estaba Claudia Amigo de “Familia es Familia” y que lidera la lucha de las familias lesbomaternales en Chile. A ella le comenté una idea que me venía rondando hace tiempo, inspirada por conmemoraciones que las organizaciones lésbicas hacían en otros países, como Argentina. Le propuse que conversáramos con otras colectivas para organizar actividades por la visibilidad lésbica y que quedara un día definido, más que nada por recuperar y preservar la memoria del colectivo.

Empezamos a ver diferentes fechas, como el 7 de abril, que es el natalicio de Gabriela Mistral, o 13 de octubre, que es el día de las rebeldías lésbicas, pero no generaban mucho entusiasmo porque, en el fondo, no nos identificaban completamente.

Todas sabíamos sobre el asesinato de Mónica Briones y la fecha era significativa por dos razones. Una, porque ese 9 de julio se encontró su cuerpo en la calle, pero además porque, desde ese mismo día, el colectivo Ayuquelén (formado en 1983) comenzó una labor mucho más activa, impactadas por la violencia sufrida por su amiga.

Juntamos estos dos hitos: el primer caso documentado de lesbo-odio en Chile y la puesta en marcha de la primera colectiva lesbofeminista. Todo el mundo se entusiasmó, a pesar de que es en pleno invierno y justo después del Orgullo LGBTIQ+. No nos importó, porque a todas nos hizo mucho sentido.

¿Por qué deciden apostar por la visibilidad como proyecto político?

Hoy, la visibilidad se ve como algo resuelto, porque parece que ya hay muchas lesbianas visibles y se supone que no tenemos problemas. Sin embargo, la visibilidad sigue siendo una deuda pendiente, sobre todo por el discurso público político y social.

Si bien muchas hemos aportado por esa visibilidad, todavía existe resistencia mediática, política y organizacional incluso dentro del propio movimiento LGBTIQ+ ante nuestras preocupaciones y especificidades. No están en primera línea y todas esas deudas todavía siguen estando, especialmente desde la incidencia institucional. Si hacemos incidencia, no somos visibilizadas en los medios y, generalmente, aparecen hablando en nuestro nombre.

Lentamente, también hemos ido sacándole la carga cultural que tiene la palabra lesbiana y creo que esta fecha, además de este rescate de la memoria, es significativa para decirle a las más jóvenes, a las niñas y a todas quienes tuvimos que vivir dentro del clóset, que no existen motivos para ocultarse. Que la visibilidad transforma vidas.

Y, por supuesto, sirve para decirle al resto de la sociedad que aquí estamos, que nos han seguido asesinando y que nuestros derechos son vulnerados hasta hoy por omitirnos. Existe un discurso muy difícil de desmontar sobre las mujeres lesbianas y, a la vez, está esta omisión total, simplemente no estamos.

¿Cuáles son hoy los frentes principales en esta labor de visibilización y avance en el respeto de los derechos de las mujeres lesbianas que viven en Chile?

Se han ido agregando muchos temas. Lógicamente, el foco que ha ido adquiriendo mucha potencia es la violencia, especialmente para muchas activistas en territorios desde el asesinato de lesbo-odio de Nicole Saavedra, en 2016. Antes de este caso, nuestro activismo apuntaba a la salud sexual y la relación con hijos e hijas entre las compañeras que optan por la maternidad. Obviamente, la violencia estaba presente, porque todo lo que vivimos es violento: que no se le reconozcan los hijos a las compañeras o que se te niegue la atención ginecológica porque la profesional dice que no tiene idea de cómo tratarte, también es violento.

Sin embargo, la violencia por expresión de género no la teníamos en uno de los puntos primordiales. Fue con lo de Nicole y con otros casos (como el asesinato de Susana Sanhueza, en Valparaíso, y la agresión a Carolina Torres, en Pudahuel) que nos dimos cuenta que había un hilo conductor: la expresión de género, la identidad de camiona.

Esto lo puso en primer lugar. Que algunas de nosotras, que tenemos una expresión de género más masculina, somos violentadas por esta razón. Por no cumplir el mandato. O se nos silencia, porque aquellas que tienen una expresión de género en el binario, más femenina, se les emplaza a callar su orientación sexual. Surge una violencia física y también discursiva.

Desde el asesinato de Nicole Saavedra, ¿Crees que ha habido un aumento de los casos de violencia y crímenes con motivo de lesbo-odio?

Creo que se están haciendo más visibles. Una de nuestras compañeras, Nicole Rojas, quien impulsó el estudio “Ser lesbiana en Chile”, también lideró un proyecto de recolección de recortes de prensa de décadas, buscando referencias que hablaran de crímenes de odio a lesbianas. Y se encontraron con noticias que abordaban crímenes de lesbo-odio, pero totalmente invisibilizados, bajo titulares del tipo “Dos amigas fueron violentadas”.

Por ejemplo, en 2000 hubo un asesinato a una chica en la playa de San Sebastián. Siempre se creyó que había sido un asalto, pero se sabe que ella estaba con su polola besándose en la playa y eso motivó que un grupo de hombres las agredieran. Pero eso nunca se supo. Nicole y su equipo buscaron ese hecho y dieron con el recorte de prensa y, efectivamente, en todo momento se trató a ambas chicas como una pareja de amigas, aun cuando la familia ha dicho que había sido asesinada porque estaban besándose en la playa.

Muchos casos como este no se sabían. Siempre han habido crímenes de odio contra lesbianas. Ahora, gracias a las redes sociales y las nuevas generaciones, se han hecho mucho más visibles y da la sensación de que las agresiones han aumentado, pero nunca la violencia hacia nuestro colectivo se ha detenido.

Las tareas pendientes de la prensa

Antes de conformarse como organización, Rompiendo el Silencio era un medio de comunicación que Erika Montecinos había creado para hablar sobre los temas que marcaban las vidas de las mujeres lesbianas. Era un intento de generar un espacio de visibilidad e intercambio, en un contexto periodístico en el que las lesbianas no existían ni tenían cabida.

El trabajo de las organizaciones LGBTIQ+ y, en particular, el del lesbofeminismo ha podido revertir en parte este fenómeno. No obstante, Erika sostiene que falta un largo trecho de camino por recorrer, especialmente en el reconocimiento de la violencia hacia las mujeres lesbianas y la legitimación de las colectivas lésbicas como actores claves de la discusión pública.

Como periodista, ¿Cuál es tu evaluación del rol actual de los medios para visibilizar y sensibilizar a la opinión pública frente a estos casos?

Creo que hay una mayor consciencia, sobre todo al usar las palabras adecuadas. Hasta hace unos pocos años, era vergonzoso, especialmente en el tratamiento de las personas trans.

Sin embargo, este avance no se debe a que se haya instalado una política dentro de los medios de comunicación para capacitar a sus equipos. Es simplemente porque han llegado nuevas generaciones de periodistas que vienen con un bagaje que les permite entender y referirse mejor al colectivo LGBTIQ+, porque quizás tienen amigas y amigos de la comunidad. Ha sido por esta fuerza circunstancial que la situación ha ido mejorando, no porque editores y editoras o los dueños de los medios hayan tomado algún tipo de medidas.

Esto también se ha visto en los periodistas ancla en televisión, quienes han cambiado su discurso y que usan directamente la palabra lesbiana. Y esto es un ejemplo de cómo ha ido mejorando la comprensión.

A pesar de esta mayor voluntad de las y los profesionales del periodismo, ¿Crees que los crímenes con motivación lesbofóbica siguen teniendo menos repercusión mediática?

Creo que el caso de Nicole Saavedra fue muy representativo y mucho tiene que ver con la cuestión de clase y también de quienes impulsamos la visibilidad del crimen. Cuando las colectivas lésbicas y feministas y las activistas de los territorios empezamos a empujar el caso en prensa, la respuesta fue diferente al de otros sucesos, como el de Daniel Zamudio. Porque se trataba de una mujer de región y camiona y porque nuestras organizaciones han sido tratadas como grupos de histéricas, locas y exageradas porque nos fuimos a encadenar fuera de la Fiscalía. Ahí ves que el componente de género y de orientación sexual lésbica incide en las formas en las que un caso se hace visible.

Estoy segura que si el asesinato de Nicole Saavedra hubiese sido tomado por organizaciones lideradas por hombres gays, esto hubiese estado en primera plana, de inmediato. Nos costó cerca de 3 años llegar a la televisión, solo después de que aparece publicado un reportaje de la BBC, en Londres, en el que se aborda la ola de crímenes de Valparaíso. Recién ahí es cuando todos los medios locales empiezan a mostrarse interesados. Esto habla de esta total omisión para comprender las diferentes líneas que cruzan las comunidades lésbicas y la total ignorancia que hay respecto a nuestras temáticas.

¿Qué se puede hacer para revertir esta situación, desde los medios de comunicación y el periodismo?

Nosotras hemos hecho un montón de cosas. Como decía en el conversatorio del Departamento de Género de la UDP el pasado 30 de junio, la estrategia comunicacional es central para nuestro trabajo. Desde el primer momento, hemos considerado que las comunicaciones son una línea de trabajo para Rompiendo el Silencio, porque a través de campañas y otras iniciativas vamos a poder ir instalando nuestras demandas.

Las redes sociales son unas grandes aliadas. Nos ha pasado que, desde nuestras campañas digitales, hemos saltado a los medios de comunicación masiva. Sí nos cuesta la validación y, en ese sentido, pediría a los medios de comunicación un poco más de profesionalismo para darse cuenta que existe una diversidad de organizaciones validadas políticamente y que pueden ser muy importantes para la pluralidad del discurso.

El futuro de la visibilidad: enfoque interseccional y nuevas leyes

La mayor visibilidad de las mujeres lesbianas en Chile supone hacerse cargo de otros desafíos y materias pendientes. Junto a otras compañeras, Erika Montecinos conoce muy bien este escenario, en el que la instalación de su discurso y sus demandas ha exigido de la generación de diferentes estrategias.

De esta manera, el movimiento lesbofeminista se ha articulado para generar una incidencia política que se traduzca en la instalación de debates a nivel legislativo para garantizar los derechos de las mujeres lesbianas y sus familias. Pero también para extender sus redes y abarcar de mejor forma la realidad de un país que no solo se está transformando desde dentro, sino que también es parte de los fenómenos globales que requieren una especial mirada en las formas en que convergen los diferente elementos de la diversidad de las personas.

¿Qué desafíos plantea la interseccionalidad de la realidad de las mujeres lesbianas en el país, especialmente considerando la desigualdad de género, pero también las desigualdades como migrantes, pertenecientes a diferentes clases sociales, etcétera?

Nosotras estamos en alianzas con algunas redes de trabajo con migrantes LGBTIQ+, incluyendo a ACNUDH que está trabajando en la implementación de un programa. Hemos intentado convocar a quienes fueran migrantes para derivarlas a todas estas instituciones. Recuerdo que recibimos a una pareja de lesbianas migrantes que se sentían completamente aisladas porque desconocían cómo opera la red de organizaciones del país para encontrar ayuda. Ellas se visibilizan como pareja y sentían el peso de la discriminación, además de ser migrantes, por su orientación sexual.

Por supuesto que es muy fuerte el efecto de estos componentes. Ya hemos hablado de la clase social, porque no es lo mismo ser lesbiana de región o ser una lesbiana que vive en Providencia, como yo, u otra que vive en Las Condes o dispone de un espacio seguro. Vive la violencia, pero de un tipo que quizás es más de su entorno y no corre este peligro al que están expuestas otras mujeres, como el que vivió Carolina Torres, que por salir de la mano con su pareja, fue golpeada casi hasta morir y aún hoy tiene secuelas.

Ella representa el caso de una persona que vive en una comuna de la periferia y que tiene más que perder y donde hay más persecución.

¿Cuál ha sido el rol de las organizaciones y el movimiento lesbofeminista en el avance de las políticas de visibilización? ¿A qué obstáculos internos y externos se han tenido que enfrentar?

Desde que empezamos a ser organización, nos hemos enfrentado a obstáculos no solo con la institucionalidad, sino que incluso dentro de los movimientos LGBTIQ+ y feminista. En esos espacios, donde se intenta acogernos y hacernos parte con la visibilización de nuestras demandas, también surgen resistencias y operan los prejuicios interiorizados.

Cuando nos acercamos a la institucionalidad, vimos que no se trataba de una tarea fácil. En 2014, Claudia Pascual fue la primera ministra que nos recibió y, además, la primera de la historia que recibía a una organización de lesbianas en Chile. Al año siguiente, empezamos a mirar más allá y detenernos en la legislación. Podíamos hacer incidencia en la regulación de la situación de las madres lesbianas y necesitábamos empujar un proyecto de ley de derechos filiativos.

Cuando lo fuimos a presentar al Congreso, tuvimos que reunirnos con legisladores y lo más sintomático sucedió en el Senado. Grande fue nuestra sorpresa cuando dos senadores de esa época nos preguntaron quiénes éramos y cuestionaron que no llegáramos acompañadas por otras organizaciones. “No entiendo esto, mujeres solas. Por qué no están aliadas con los hombres”, nos dijo uno de ellos.

A este tipo de situaciones nos enfrentamos. Esta imagen de la mujer sola, de la autonomía política de las mujeres. Y fuimos muy ninguneadas al principio, aunque ahora tengamos una legitimidad transversal.

¿En qué estado se encuentra este proyecto de ley en el Congreso?

El proyecto se puso en tabla para discusión en el Senado a principios de mes, después de mucho tiempo de espera. Esto, gracias a varios senadores, quienes propusieron en la Comisión Especial de Infancia que la iniciativa se tenía que discutir y aceleraron la votación. Durante la segunda semana de julio, se va a votar en particular y estamos súper contentas, porque han pasado dos años sin tener novedades.

Las noticias sobre la suma urgencia del matrimonio igualitario nos han beneficiado, porque se ha visto que ambos proyectos pueden ir construyendo derechos y reconocimiento de las familias.

¿Qué oportunidades observan en el debate de la nueva Constitución para el mejoramiento de la situación de las mujeres lesbianas en Chile y la protección de sus derechos?

Tenemos muchas expectativas puestas en la construcción de esta nueva Constitución, no solamente para nuestro colectivo, sino que para todas las comunidades disidentes y también para las mujeres, especialmente en materia de derechos sexuales y reproductivos. Esta carta de navegación y de principios va a sentar las bases para que podamos instalar y legislar sobre temáticas a las que hoy se le ponen tantos obstáculos.

No va a ser fácil, porque van a haber estrategias para impedir el avance de ciertos temas. Pero la esperanza está puesta ahí, sobre todo porque tenemos ocho compañeres que están representándonos, pero sobre todo por Jennifer Mella, la única mujer lesbiana visible de la convención, a la que ya estamos asesorando porque sabemos que contamos con ella.