Hoy se conmemora el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia (IDAHOT). Se cumplen 30 años desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) retiró a la homosexualidad del listado de enfermedades mentales, el 17 de mayo de 1990. De forma más reciente, en junio de 2018, la OMS también sacó a la transexualidad del listado de trastornos psicológicos, avanzando en el camino hacia la despatologización de las minorías sexuales y de género.

15 Mayo 2020

Pese a estos hitos históricos, en la actualidad presenciamos una agudización y perpetuación de los estigmas sociales relacionados con la comunidad LGBTIQ+. Según la Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos Humanos (ODIHR), los crímenes en contra de gais, lesbianas, bisexuales y trans han aumentado considerablemente en los últimos años. Tan solo entre 2014 y 2018, los incidentes reportados crecieron en un 30% aproximadamente.

Solemos hablar de los delitos dirigidos hacia las minorías sexuales y de género como “crímenes de odio” sin, quizás, meditar cuáles son las verdaderas emociones que motivan estos actos. Estos ataques se basan en creencias compartidas a lo largo de la sociedad que, pese a ser injustificadas, son difundidas ampliamente por los medios de comunicación y por algunos políticos. El discurso de odio usualmente retrata a la comunidad LGBTIQ+ como un peligro para las estructuras sociales tradicionales (como la familia y el matrimonio), e incluso como una amenaza para la salud pública.

Pero ¿es odio a secas lo que impulsa a las personas que defienden y perpetúan tales creencias? Muchas veces, lo que subyace al discurso del odio es un tipo de asco moralizado particularmente perjudicial. La retórica conservadora y tradicional suele acuñar mitos en torno a las minorías sexuales y de género que les asocian con comportamientos repugnantes y/o inmorales. Así, fácilmente se introducen estigmas sociales en contra de los cuerpos que se consideran “indeseables” o “anormales”. Tales estigmas exageran su conducta sexual y les asocian con imágenes de suciedad y de secreciones corporales desagradables.

En 2004, por ejemplo, David Glesne, un pastor religioso de Minessota, publicó un libro en el que abundan las referencias a la ingesta y el esparcimiento de heces, orina, y prácticas sexuales violentas en las relaciones homosexuales. Aun cuando Glesne afirma que su intención no es “despertar asco o repulsión” sino que desea ilustrar cómo la homosexualidad es “dañina, tanto psicológica como físicamente”, es evidente que quiere hacernos creer que la homosexualidad se vincula con comportamientos físicamente asquerosos. Por otro lado, la ex gobernadora de Alaska, Sarah Palin, afirmó en 2011 que la legalización del “comportamiento homosexual (…) abre la puerta a muchas otras cosas, como el bestialismo, el abuso sexual de niños y el aborto.” En este tipo de declaraciones difamatorias —que a su vez descansan en formas de pensamiento mágico— subyace la creencia de que las personas que no actúan conforme a las orientaciones sexuales e identidades de género convencionales son una fuente de “contaminación” física y moral.

Para Martha Nussbaum, filósofa contemporánea estadounidense, el rechazo que se produce entre grupos sociales en base a este tipo de estigmas es peligroso y debe ser contenido. El asco que se proyecta de un grupo social a otro atraviesa categorías de género, orientación sexual, e incluso raza y las diferentes capacidades mentales y físicas. A su vez, opera de tal forma que permite el rechazo, la exclusión y el desprecio en contra de las minorías, a quienes se les niega la condición de humanidad y el respeto por su dignidad.

Debemos prestar siempre atención a la propaganda y los discursos retóricos que asocian a homosexuales, lesbianas, bisexuales y trans con la voracidad sexual, las orgías, la transmisión de enfermedades, la inmoralidad; así como las conductas antihigiénicas y el exceso de contacto con determinadas secreciones corporales. Toda esta serie de asociaciones irracionales de estigma y contaminación están ya disponibles en el imaginario social y deben ser permanentemente objetadas en el debate público. Cuando, por medio de este tipo de ficciones, se despoja a las personas de su dignidad y se les reduce a “fuentes de contaminación”, se abre la puerta para que los severos agravios que se cometen en su contra queden impunes.

No es solamente el odio hacia las minorías sexuales y de género lo que motiva los crímenes y ataques en su contra. En realidad, son pocas las personas lo suficientemente radicalizadas como para realizar este tipo de actos despreciables. Lo que permite que dichas personas actúen impunemente es, sin embargo, una sociedad que no condena la gravedad de estas acciones, porque se deja influenciar por estigmas y creencias infundadas.

Una sociedad que aspira a ser justa debe condenar la propagación de los estigmas sociales que perpetúan sentimientos de rechazo y asco dirigidos hacia las personas LGBTIQ+. Por sobre todo, debe fomentar el respeto por la igualdad de las personas en términos de sus derechos básicos y defender la autodeterminación sexual como un principio valioso.

*Columna escrita por Sebastián Peredo, Magister en Pensamiento Contemporáneo: Filosofía y Pensamiento Político UDP. Cientista político e investigador asociado al Núcleo Lenguaje y Política de la Escuela de Ciencia Política UDP.